El viaje de la basura

—Lorenzo Ebersole

Hace poco llevé un viaje de desechos sólidos al incinerador del municipio. (Llamarlos desechos sólidos suena mejor que llamarlos basura, ¿verdad?). Como siempre, mis sentidos fueron atacados desagradablemente. 

En realidad, si fuera factible, nunca llevaría un viaje de basura al incinerador. Sin embargo, lo cierto es que es más fácil llevarlos que cavar un hoyo y quemarlos en mi propiedad. La única otra alternativa sería dejar que la basura se amontone. ¡Ni pensarlo! He visto propiedades manejadas de esta manera y sencillamente no es una opción tolerable para mí. ¡Me volvería loco!

Al meditar en los desechos sólidos y ese viaje detestable al incinerador, noté varios paralelos que creo que nos ayudan a ver cómo es el pecado.

¿Por qué generamos tantos desechos sólidos? Bolsas plásticas sucias, pedazos de lámina, piezas de una lavadora vieja, latas oxidadas, vidrios de vasijas y tazas quebradas; todo esto junto con la basura usual de la casa. Esto y mucho más llenaba la caja de carga de mi camioneta. Hasta tuve que amarrarla con sogas para que no se cayera. ¡Qué cuadros! Me da vergüenza salir con una carga semejante, así que busco la ruta menos transitada.

Verdaderamente, el pecado se acumula sin saber cómo. Somos muy dados a los malos pensamientos, la avaricia, la lascivia, el enojo y mucho más. Es más, esta tendencia nos da vergüenza. Nuestro primer impulso es ocultarlo. A veces ponemos fachadas de hipocresía queriendo negar lo más obvio. Añadimos un comportamiento muy cortés, con lenguaje o celo religioso… ¡Cualquier cosa que tape la realidad de este horrible problema del pecado! La triste realidad es que estos artes no funcionan a largo plazo. El pecado se acumula como la basura en una propiedad abandonada y llegará a ser manifiesto.

“Algo está mal con este cuadro”, pienso al conducir mi camioneta llena de basura. “¿Habrá existido otra sociedad más consumista en la historia?” Lo dudo. Los plásticos se acumulan infinitamente. Al parecer, este no solamente es un problema hondureño, sino de todo el mundo, en espacial aquellos países que han aprendido al consumismo norteamericano. Generar tantos desechos que no se pudren ni reciclan es un problema. ¿Qué pasa con todos los aparatos electrónicos inservibles? Muy poco se recicla, y aun lo que se recicla a veces trae problemas serios de contaminación. Es más, algunos de estos plásticos generan toxinas leves a largo plazo. Sin embargo, seguimos usando bolsas, porque es tan fácil, y compramos herramientas desechables de plástico porque es lo que está disponible. Compramos celulares y computadoras que en pocos años ocuparán su lugar en algún incinerador, por si no adornan la orilla de alguna carretera. ¿Habrá cómo escapar de esta forma de vida? No veo una solución fácil ni inmediata.

De esta misma manera, noto que vivimos en una sociedad perversa que rápidamente genera basura mental. Algunas de estas cosas podemos controlar (como lo que veo en mi celular, por ejemplo). Otras cosas (como lo que veo en la calle) es más difícil controlar. Con todo, aun allí puedo apartar la vista y ejercer dominio propio. Puedo controlar las amistades que mantengo, así evitando exponerme a mucha corrupción. Hay pecado que sale de mí sencillamente porque esta es mi tendencia. Soy un pecador que constantemente necesita de la limpieza de Cristo. Gracias doy a Dios por su remedio inigualable.

“No quisiera ir al incinerador”. Este es el pensamiento desagradable que llevo al cargar el carro con basura. ¡Qué ironía! Estoy agradecido por un lugar que el municipio ha provisto donde podemos botar la basura. Se nota el esfuerzo del gobierno local en mantener la higiene. Sin embargo, las moscas se juntan en nubes alrededor de uno. Sé que debo cerrar las ventanas de la camioneta porque llenan la cabina, y cuando ya salgo de ese lugar asqueroso sigo espantando moscas todavía a un kilómetro de distancia. Ni mencionar la hediondez ni los buitres que buscan qué comer entre los volcanes de inmundicia. La realidad es que el lugar es feo, y no quisiera ir nunca al incinerador.

“No quisiera tener que lidiar con este problema del pecado”. Pero, ¿qué otra opción tengo? ¿Dejar que se acumulen los pensamientos pecaminosos? ¿Que después los pensamientos salgan de mi boca y en mi comportamiento? ¡Ni pensarlo! Los llevo cautivos a Jesús en arrepentimiento y los abandono. Si un pensamiento específico vuelve y siento que no estoy venciendo, lo confieso y pido oración. Mi esposa y mis hermanos me han ayudado muchísimo a lo largo de los años, y aunque temo ese encuentro donde sé que tengo que humillarme y reconocer mi pecado, lo hago voluntariamente. Es un lugar feo de muerte, y no quisiera vivir allí.

“¡Ah, qué alivio!” Cuando ya he cumplido mi tarea de botar la basura en el incinerador, cuando ya he logrado sacar las últimas de las moscas de la cabina, cuando ya voy con la camioneta limpia, al fin puedo sentir alivio. ¡Nunca más tendré que pensar en esa basura que me incomodaba! Puedo suspirar y puedo enfocarme en otras áreas productivas. Ahora hay orden en la casa y me siento bien.

¿No es cierto que cuando nos despojamos del pecado ante nuestro Dios pasa algo muy parecido? ¡Hay libertad! Me puedo sentir tranquilo. Puedo ver a mi esposa a los ojos. Puedo experimentar la paz de Dios. Después de la muerte al yo, hay vida por medio de la resurrección de los muertos.

El problema con la basura es un problema grande, pero es mucho más grande el problema del pecado. Tal como hay remedio para los desechos sólidos, también hay remedio para el problema del pecado.

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9). 

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). 

¡Gloria a Dios por este remedio sin igual!

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