
¿El vino o el Espíritu Santo?
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Buenos días, compañeros de viaje:
Lectura bíblica: Hechos 2:1-21.
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18).
Viví un par de años como misionero en un pueblo de Ucrania. Cierta noche, oí a un grupo de hombres cerca de nuestra casa que cantaban y se reían a carcajadas, y parecía que no les importaba que alguien los oyera. Pronto me di cuenta de que cada vez que oía esas canciones descaradas, podía estar casi seguro de que alguien estaba borracho.
También recuerdo que cuando era adolescente oía a unos jóvenes cantar sin temor en el área de trabajo. Estos jóvenes cantaban himnos evangélicos mientras trabajaban. Sin embargo, en esta ocasión, no era el vino lo que causaba la expresión audaz, sino el Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento, vemos a un hombre que caminó con Dios y a quien Dios llamó a construir un arca para salvar su casa. Cuando el diluvio terminó y la tierra volvió a secarse, Noé, sus tres hijos y sus esposas construyeron un altar de gratitud y adoración al Dios que los había salvado. Luego, Noé comenzó a trabajar la tierra y plantó un viñedo; de ahí la producción de vino. Ahora, el mismo hombre que Dios había llamado y había utilizado de esta manera tan poderosa y especial, se emborrachó con vino. Aunque se arrepintió de su acto, él y su familia tienen esta mancha en su historial, como vemos en el relato del Génesis.
En el Nuevo Testamento, en el día de Pentecostés, leemos la historia del Espíritu Santo prometido. Mientras los discípulos de Jesús esperaban la promesa y oraban que se cumpliera la profecía, sucedió tal y como lo habían predicho los profetas. Cuando el Espíritu Santo llenó a los nuevos creyentes, estos se entusiasmaron y se alegraron hasta el punto que aquellos que los observaban creían que estaban borrachos. Eran audaces. No tenían miedo. Proclamaban en voz alta y con gran alegría la historia de Jesús.
Al reflexionar sobre estos cuatro relatos, decidí buscar la palabra “embriaguez” para ver si había alguna similitud entre estar “borracho de vino” y estar “lleno del Espíritu Santo”. La primera definía la palabra como “afectado por el alcohol (…) especialmente hasta el punto de tener disminuido notablemente el control físico y mental; especialmente: borracho”. La segunda definición se inclinaba más hacia estar lleno del Espíritu de Dios: “Muy emocionado, eufórico o regocijado” (como por gran alegría o placer extremo).
El versículo clave dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. También, un escritor de proverbios del Antiguo Testamento escribió por inspiración de Dios así: “No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como áspid dará dolor” (Proverbios 23:31-32). Otro versículo dice que ningún borracho heredará el reino de Dios (1 Corintios 6:9-10).
Tanto beber vino como estar lleno del Espíritu Santo produce placer. El placer del vino nos aleja de la realidad y de la presencia de Dios, mientras que el placer del Espíritu de Dios nos invita no solo a la presencia de Dios, sino también a su gracia y misericordia.
La lección de hoy es que la bebida fuerte nos lleva hacia abajo y quizá finalmente a la destrucción. Estar llenos del Espíritu de Dios nos asegura un lugar en el corazón de Dios y un hogar en el cielo.
—Harold Troyer
Tomado de www.83fortruth.org/wine-or-the-holy-spirit/ Usado con permiso.