¡Este gobierno está arruinado!

—¡Ya no se aguanta! —El joven de zapatos blancos, anteojos finos y manga larga levantó el puño hacia el cielo—. La corrupción está a niveles demasiado altos, y los pocos se lucran de los muchos.

El tiempo estaba caluroso, y el ademán del muchacho calentó más el ambiente. En ese momento, un anciano levantó una mano temblorosa. En esa tarde, el grupo de personas sentadas en el corredor de la abarrotería en el centro del pueblo fijó la vista en el anciano que había estado callado. 

 —¿Qué hacemos con cambiar nuestro gobierno si el pueblo no cambia el corazón? Los líderes se escogen de entre el pueblo, a como ustedes saben. Y al cambiar el gobierno, el corazón de nuestros pueblos seguirá igual. Propongo que hay una manera mejor de lograr el cambio. 

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Todos estamos de acuerdo que el mundo necesita cambiar. Los políticos nos aseguran que con ellos, “¡todo será mejor!”. Me pregunto: “¿Qué tan efectivo puedo ser como activista?” Si tomo alguna causa como mía propia, ¿podré hacer un cambio verdadero en este mundo?

Protestar cierta ley. Firmar alguna petición en línea. Unirme a cierto sindicato. Todos estos tienen algo en común: el cambio sucede por coerción. Veamos cada iniciativa mencionada: 

  • Las leyes son para forzar cambio en el corazón humano. Desde que se redactan las leyes, se van formando de tal manera que restrinjan involuntariamente a los súbditos de la nación. Siempre hay algunos en pro de la ley, y otros en contra. Y en ninguna manera estas leyes cambian el corazón del ser humano. Sencillamente les da a las autoridades la vía legal para castigar al malhechor. En sí, las leyes no son malas. Pero no tienen poder para cambiar al humano a nivel del corazón. 
  • Las demandas, aunque a simple vista parecieran efectivas, sencillamente dictan lo que desea cierto segmento de la población. Generalmente, ya se conoce el deseo de dicho segmento. Solo se recogen firmas para ejercer presión, tratando de hacer que los encargados tomen acción en el asunto. Y si logran tomar acción, el cambio es desde afuera hacia adentro. La presión del pueblo puede temporalmente lograr ciertas metas morales, pero el corazón sigue sin ningún cambio.
  • Cuando me uno a cierto sindicato, ejerzo presión a las compañías grandes para lograr ventajas que de otra manera no se logran. Otra vez, podría parecer razonable y necesario, ya que a las compañías mayormente no les importan los derechos de los trabajadores. Al lograr un cambio, temporalmente puede dar cierto alivio a la situación. Pero si investigamos un poco, nos damos cuenta de que nuestra coerción produce también reacción en las personas del lado opuesto. Lo que hicimos fue agrandar la cima entre los empleados y su empleador. 

Si bien, el orden público es necesario y bueno, y los reyes de este mundo necesitan mantener control sobre las masas no convertidas, les quiero ofrecer una solución más efectiva para el cambio a largo plazo.

Cuando Jesús anduvo en este planeta tierra, sabía mejor que nadie lo que había en el corazón del hombre. Con solo una mirada, él podía traspasar el ligero telón que cubre a cada persona. Vez tras vez descubrió las intenciones verdaderas detrás de las acciones del hombre. Con un conocimiento como este, verdaderamente él fue el indicado para traer el cambio. La gran pregunta es: ¿Cómo lo logró? 

No formó un sindicato para presionar a los empleadores de Galilea. No legisló leyes para la corte suprema de Israel. No reunió firmas para el cambio que tantos deseaban ver en el gobierno romano. ¿Qué hizo Jesús, amigo? En la respuesta a esta pregunta está nuestra respuesta para el siglo XXI. 

Jesús tomó tiempo para tocar a las personas. Así de sencilla era su metodología. A los niños los subía en sus rodillas. A los enfermos los tocaba donde les dolía. Tomaba tiempo para los que lo seguían al desierto. Aún sanó la oreja del que lo apresaba. Al tocar a la humanidad, llegaba a la parte más importante del hombre: su corazón.

Jesús entendió algo que pienso que todavía hoy es importante. ¡La voluntad humana es sagrada! Cuando el ser humano se siente acorralado y embestido, se muestra el lado más negativo de tal persona. Jesús sencillamente invitó a las personas a entrar en su reino. No usó tácticas de presión alguna. A los discípulos les ofreció volverse, si sentían muy pesada la carga. ¿Acaso no les importaba sus almas? ¡Claro que sí! Pero nunca intentó forzar a nadie a seguirlo, aunque sí describió los resultados negativos que resultarían por rechazarlo. 

Lo que Jesús sí entendía era el valor de un corazón que quiere hacer lo bueno, y para esto sí servía muy bien su método. Al dirigir al pueblo hacia Dios, él tomó pasos no estrictamente necesarios para llamarlos a un camino más alto. Nos podemos imaginar los pensamientos de los que lo observaban. “¡Qué diera que yo pudiera dar de mi vida tal como él!” “¿Qué tendría que hacer para ser salvo?” “¿Qué habrá en este hombre que me hace querer seguirlo?” 

Los fariseos no lo podían contradecir, pues para ellos, sus palabras eran tajantes. Los líderes del templo no lo podían sacar, porque sabían que la limpieza del templo era necesaria. Los escribas no pudieron usar su autoridad en su contra, porque era obvio que su autoridad moral era mayor. 

Esta es la solución para el siglo XXI. No es efectivo presionar las masas. El cambio de leyes no genera un cambio verdadero. Pero una sola persona que sea un verdadero seguidor de Jesús puede tener el mismo efecto que tuvo él. Es porque los principios de Jesús siguen vigentes, para los que los quieren implementar. 

Caminemos en el desierto. Toquemos las almas. Inspiremos al desmoralizado. Marquemos la diferencia en unos cuantos. Si ellos, a su vez, hacen lo mismo, habrá un cambio lento pero importante en nuestro país. El pueblo mismo cambiará, y el efecto será grande. Y cuando nos pregunten el por qué, siempre señalaremos al que comenzó la revolución más grande jamás vista. La revolución voluntaria más grande. Él no quiere que ninguno lo siga a la fuerza. Esto mismo deberíamos desear nosotros. 

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