El huracán
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—Luana Yoder
“¿Cómo puedo mantenerme imperturbable en medio de los vientos huracanados de la vida?” Al pensar en estas cosas en una tarde lluviosa, la respuesta me llegó a la mente junto con la lluvia. “De alguna manera tienes que aferrarte a algo más grande”.
¿Qué es la vida? En mi opinión, la vida es un misterio; un libro de cuentos lleno de giros insólitos. A veces la vida es como un arcoíris en toda su gloriosa gama de colores. La vida es así de simple. Hermosa. Maravillosa. Llena de amor y de alegría vibrante. Sin embargo, otras veces la vida puede parecer tan oscura como la noche del peor huracán. Cala hasta los huesos. Terrible. Oscura. Y confusa.
Así es la vida. Siempre un sube y baja, como un sendero que atraviesa montañas y valles. A veces brillante y luminosa como el amanecer. Otras veces sombría y lóbrega como la cueva más profunda. En lo íntimo de nuestro frágil ser, tendemos a seguir el vaivén de las tormentas. A veces nuestros sentimientos descartan la verdad y la esperanza, y entonces se filtra la desesperación.
En esta tarde llorosa, fui instada a creer en algo más grande que la tormenta. Necesito asirme de algo mucho más grande que yo y mis emociones. Algo mucho más grande y fuerte que mis circunstancias. Alguien que pueda controlar mis altibajos humanos. ¿Por qué? Porque por mi propia voluntad seré rápidamente arrastrado. El viento me azotará y no seré más que una hoja temblorosa zarandeada como quiera el huracán. No puedo más que aferrarme a algo más grande que mi tormenta.
¡Piénsalo! En una tormenta real, si puedes encontrar un enorme roble bajo el cual esconderte, estarás protegido de los aullidos del viento. Así que en este tipo de tormenta vengo.
—Vengo a ti. ¿Quién eres tú?
—El gran Dios del universo. El Dios de Abraham. El creador del cielo y la tierra. Jehová. El gran “Yo Soy”.
—Es el mismísimo dueño de mi ser —comprendo.
—¿De verdad lo crees? —me respondió el que me creó al pequeño e indefenso yo.
—Tú creaste mi alma, mi cuerpo y mi espíritu. Tú me conoces mejor que yo mismo. En este huracán eres la única respuesta. Así que vengo. Vengo corriendo. Vengo confiado a quien mejor me conoce. Tú eres quien sabe lo que temo, lo que siento, a lo que me enfrento y lo que soy.
»No hay nada que ocultar. Mi corazón es traspasado por tu ojo que todo lo ve. Soy una página extendida para que tú la leas. Vengo rota. Siento la bienvenida. Me aferro a la vida porque esta es la tormenta más salvaje que he vivido. Siento los vientos que aúllan y me mecen de un lado a otro, pero me aferro a ti, mi única esperanza.
Justo cuando parece que el viento me arrebata, siento algo grande y poderoso a mi lado. Entonces lo sé. Sé que unos brazos fuertes me envuelven. Aunque no puedo sentirlo físicamente, mi corazón lo sabe. Es una calma interior que me dice que no estoy solo. Elijo creer que Dios tiene el control. Apoyo la cabeza en el hombro de este ser grande, terrible pero amoroso. Es mi amigo. Es mi Dios.
En lo más profundo de mi alma me parece oírlo susurrar:
—No temas. El gran Yo Soy está contigo. Todo saldrá bien porque yo cabalgo esta tormenta a tu lado. No mires la fría lluvia y los vientos. Mírame a mí y a lo que estoy haciendo contigo. No luches contra el proceso. Dame tus sueños, tus derechos, tus temores, tus fracasos y luego déjate llevar.
Y así lo hago. Le entrego mi carga de problemas y temores. Mi corazón se siente más liviano. Y aunque la tormenta se arrecia cada vez más, es muy distinto luchar en su contra con un gran gigante que está de mi lado. Entonces, ya no soy una pequeña hoja temblorosa. Me transformo en un pequeño roble que crece para que otros encuentren protección. Es entonces cuando me doy cuenta de que la tormenta era para mi bien. Me hizo venir. Me hizo quebrantarme. Me hizo comprender la hoja que soy. Me enseñó a enfrentar los altibajos de mi historia. Ahora puedo decir:
—¡Gracias, Dios, por el huracán!