Integridad electoral

—Lorenzo Ebersole

¿Cómo sabemos que Biden ganó la presidencia en Estados Unidos limpiamente en el año 2020? Es un hecho que muchos republicanos cuestionaban la veracidad de estos comicios. Ahora, al ver hacia el futuro, según una encuesta reciente hecha en Estados Unidos por “The Heartland Institute and Rasmussen Reports” el sesenta y dos por ciento de los estadounidenses temen que habrá fraude en las elecciones del 2024. Es aún más interesante notar que esta cifra no se limita únicamente a los republicanos. Más bien, ¡el cincuenta por ciento de los demócratas temen que también habrá fraude! 

El ejemplo reciente de Nicolás Maduro en Venezuela es bien conocido. La oposición afirma que hubo irregularidades y la situación política de Venezuela es muy precaria. Esta situación ha atraído la crítica de la comunidad internacional —hecho que no es muy sorprendente—. 

Es posible que en todas las democracias donde celebran elecciones, en un momento u otro ha habido fraude o acusaciones de fraude. Y este asunto no es únicamente un fenómeno de la época moderna. La historia reza muchos casos de fraude y engaño. Al parecer, es un problema muy humano.

Como ciudadano de una república democrática, ¿será este un asunto que merece mi atención? ¿Cómo podemos saber que el candidato “correcto” entró al poder? De hecho, muchos cristianos se involucran en la política para asegurarse de que el candidato “correcto” tome el poder y le dé un rumbo correcto al país. Sin embargo, esta preocupación pasa por alto una gran verdad. Quizá estas verdades se ilustran mejor en la experiencia de un hombre de la historia que pensaba ser soberano. 

El rey Nabucodonosor, el poderoso mandatario del imperio babilónico, tuvo una visión. En esta visión, un “vigilante y santo” bajó del cielo y pronunció un decreto contra el árbol que simbolizaba el mismo rey. El decreto era que por “siete tiempos” este rey iba a tener un corazón de bestia. Luego, este vigilante y santo dijo así: “La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” [énfasis mío] (Daniel 4:17).

Por sus experiencias desagradables, este gran rey aprendió una gran verdad: hay un Dios soberano que reina sobre los hombres. Después de sus experiencias difíciles, Nabucodonosor proclamó su testimonio por todo su imperio, “Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia”. 

El Altísimo gobierna el reino de los hombres. ¿Cómo es que Dios reina cuando aparentemente son los más poderosos, los más famosos o los más talentosos que obtienen estos puestos gubernamentales? 

“Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina”. (Proverbios 21:1) Sea Trump o sea Biden; sea Nicolás Maduro o sea Edmundo Gonzáles, Dios es capaz de tomar a cualquier mandatario e inclinarlo hacia donde él quiere. 

            Al parecer, los hombres de Dios han luchado con las aparentes contradicciones que ofrecen estas realidades contrarias. La realidad de un Dios soberano que gobierna entre los hombres y la realidad de hombres soberbios y malos que gobiernan sin temor a Dios. 

            El profeta Habacuc enfrentó este dilema y se quejó ante Dios: “¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Habacuc 1:3-4).

            ¿Será la voluntad de un Dios justo que los injustos opriman a los justos? Parece ser obvia la respuesta. La respuesta de Dios a Habacuc ha de haber sorprendido a Habacuc: “He aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas” (Habacuc 1:6). Dios siguió explicándole a Habacuc que este pueblo formidable y terrible vendría a devorar y a recoger cautivos como la arena. Era un pueblo escarnecedor que a final de cuentas iba a atribuir su dominio a sus propios dioses. 

            Ante esta respuesta de Dios, Habacuc protestó vigorosamente. “Dios, tú eres limpio y santo. ¿Cómo puedes permitir las injusticias y callarte cuando el impío destruye al más justo que él? ¿Por qué permites una situación en el mundo donde los hombres parecen ser como los peces del mar o los reptiles que no tienen quien les gobierne?” (Habacuc 1:12-14, traducción libre).

            Jehová tenía una respuesta para Habacuc y le dijo que lo escribiera para beneficio del que leyera. “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4). Siguió explicando que hay maldiciones para el codicioso, el violento, el inmoral y el idólatra (Habacuc 2:9-19). “Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (Habacuc 2:20). 

            Al oír esta respuesta, Habacuc se inclinó en adoración ante Jehová. Reconoció el poder y la gloria de un Dios invencible y soberano. Terminó su oración con el compromiso personal de alabar a Jehová aun cuando hubiera pobreza y necesidad. ¿Por qué? “Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Habacuc 3:19). 

            En resumen, concluimos que:

  1. Dios usa al malo para destruir al malo.
  2. Dios es soberano y ejerce control en las naciones aun cuando no pareciera así.
  3. Como seres humanos con perspectivas muy limitadas, no somos capaces de entender los designios de Dios. (¿Quién soy yo para decir que Maduro mejor cumpliera la voluntad de Dios que Gonzales?)
  4. La escena política del mundo, a veces sombría y a veces alentadora, lleva a cabo los propósitos de Dios. 
  5. Nos conviene inclinarnos en adoración y fe ante el solo soberano y Rey de reyes, porque es en esta fe y adoración que podremos encontrar vida.

Termino con un pensamiento de los Salmos que hace poco me impactó. “Ciertamente la ira del hombre te alabará; tú reprimirás el resto de las iras” (Salmo 76:10). 

¿Por qué preocuparnos por los asuntos políticos cuando podemos descansar en el poder de un Dios que usa incluso las iras del hombre para que lo alabe? Enfoquémonos mejor en nuestra condición ante él. “El justo por la fe vivirá”. 

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