¡Catástrofe!

El 19 de agosto, 2024, iba con dos hijos varones a ayudar con el ordeño de la tarde en la hacienda La Merced cerca de Jesús de Otoro, Honduras. Por lo general, comenzamos a las cuatro de la tarde y tardamos unas tres horas y media en ordeñar las 126 vacas Jersey. 

Hacía rato que no veía algunos de los campos de sorgo y de maíz en la propiedad, y como llegamos con suficiente tiempo, decidimos dar una vuelta por la propiedad antes de comenzar el ordeño. Pronto notamos que venía una tormenta del este. En pocos minutos, la tormenta fuerte se acercó, obligándonos a cerrar las ventanas del auto. También notamos que el viento era extraordinario, pero eso no era nada fuera de lo normal. 

¿Cómo puedo describir la escena que nos esperaba cuando salimos del auto en busca del refugio del techo en el corral del ordeño? Donde antes se erguían los postes de madera del corral de las vacas, ahora solamente se veía un techo derrumbado. Recuerdo el sentimiento de confusión y pánico. “¡Adiós, galerón!”

No quisiera volver a vivir esos momentos. Corrimos a resarcir los daños. Sí, había unas vacas prensadas debajo de las vigas, pero de milagro solo eran cinco de las ciento veintiséis. Todas las demás estaban bien, ya que se habían refugiado en el centro del edificio durante la tormenta y, al colapsar el techo, se habían mantenido intactas las cerchas. 

"¿Qué hacemos primero?" "¿Cómo lo hacemos?" Lo primero que hicimos fue desconectar la energía. Después regresamos a las vacas inmóviles. Era imposible mover las vigas que las tenían prensadas, y entonces me acordé del gato que tenía en mi auto. Junto con una sierra multiusos, logramos liberar todas las vacas en poco tiempo. Me parecía un milagro que las cinco vacas se levantaran caminando, y al parecer estaban bien. Es más, después ni podíamos distinguir cuáles habían sido prensadas porque habíamos olvidado tomar nota de los números en las orejeras. 

Sacar las vacas del galerón entre las vigas caídas fue un trabajo intenso en sí. Luego alistamos un lugar provisional afuera para que pasaran la noche. Estas vacas no estaban acostumbradas a salir al potrero, entonces tuvimos que idear cómo darles su alimento.

Al meditar en esta y otras catástrofes en general, hay varias conclusiones a las que podemos llegar. 

  1. Mantén la calma. Aunque todo parezca perdido, es muy probable que no sea así. Además, hay un Dios soberano que vigila todo y está muy atento a los sucesos de nuestra vida, lo sintamos o no. Esta es una realidad a la que podemos aferrarnos en momentos de caos.
  2. Procede con cautela. Piensa bien en los efectos secundarios del accidente o catástrofe. ¿Hay combustible derramado que podría provocar una explosión? ¿Hay cables eléctricos que podrían causar muerte? ¿Qué tal si al cortar cierta viga se recargara más peso en la víctima prensada? A veces, el proceder con cuidado puede ser la diferencia entre la vida o la muerte.
  3. Practica el agradecimiento. Aunque en el momento de la dificultad es difícil ver el lado positivo, es el momento en el cual se prueba nuestra fe. ¡Hay por qué sentirnos agradecidos con Dios! Enfrentemos la situación difícil con hombría y confianza en Dios por lo que hace.
  4. Practica la solidaridad. Fue una experiencia realmente extraordinaria ver llegar a muchos hermanos voluntarios para ayudar poco después del suceso. Siguieron llegando al día siguiente para ayudar con la limpieza y los quehaceres. Otros se prestaron para prepararles comida a los voluntarios. En tres días se desarmó el techo de sesenta metros de largo por veinte de ancho. Y siguen preguntando los hermanos cuándo pueden ayudar con la reconstrucción. ¡Qué bendición sentir el apoyo de la iglesia en casos de necesidad!
  5. Toma pasos para evitar los accidentes y catástrofes. Tal vez un mejor sistema de reforzamiento habría evitado la catástrofe. Quizás unos cuidados sencillos habrían ayudado. Por supuesto, debemos recordar que Dios nos pone cierta responsabilidad de manejar nuestra seguridad y la de aquellos a nuestro cuidado. En la ley de Moisés, Dios mandó explícitamente que se construyeran muros de protección en el perímetro de los terrados de las casas. ¿Por qué? “Para que no eches culpa de sangre sobre tu casa, si de [la casa] cayere alguno” (Deuteronomio 22:8). 
  6. Enfócate en la tarea que tienes por delante. Podemos perder mucha energía mental al lamentar por qué no tuvimos cierta precaución ni hicimos preparativos para evitar la desgracia. De igual forma, es posible causar heridas emocionales al atribuir precipitadamente la causa de la tragedia a cierta persona o pecado percibido. Así hablaron los amigos de Job, lo cual desagradó a Dios en gran manera. Debemos recordar que solamente Jehová Dios puede entender toda la situación perfectamente, y aunque es bueno tomar un momento de reflexión y reconocer nuestra parte en el asunto, no nos corresponde asegurarnos de que todos aprendan la supuesta “lección”. 

En conclusión, a nadie le gusta enfrentar tragedias. De mi parte, jamás quisiera volver a las horas de angustia de los accidentes o tragedias que he vivido. Sin embargo, reconozco que mientras vivamos bajo la maldición del pecado en esta tierra, será una realidad que tendremos que enfrentar. Añoro el día en que “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).

—Lorenzo Ebersole

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